Lo importante es el camino —qué obviedad—, porque en él pasan cosas. Da igual dirigirse a Ispahán o a Damasco.

De entre las actividades dominicales, una de mis preferidas es hacer paisaje: bien temprano, lanzo mi osamenta a la calle, la siento en la terraza de un café del centro y me aplico a la lectura de un libro de versos. Mientras mal leo, oigo las miradas de los transeúntes entre la admiración y la sorpresa.

Debía tener no más de diez años cuando el maestro nos pidió dibujar un árbol. Entre el bosque de olivos, pinos y naranjos, lo que parecía un sauce llorón aportaba su punto presuntuoso. De entonces a hoy poco ha variado el camino.

Sin saber nada de Física me pregunto: ¿Newton es Dios y Einstein el Hombre? ¿Es tan simple?

En algún momento se ha producido un cambio brutal en nuestra forma de observar y explicar el mundo: «pasar página» se dice ahora «pasar pantalla». Todo ha saltado por los aires y la desesperanza se han grabado en mi alma con fuerza inusitada. Soy un rancio, ya es evidente.

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