Lo peor de la comparecencia de ayer del Presidente del Gobierno no creo que sean las medidas en sí mismas, que son terribles. Tampoco la situación económica que nos dicen por activa y por pasiva que las justifican. No es lo más grave la herencia recibida, aunque se empeñen en repetirlo una y otra vez desde todos los medios posibles, ni la desfachatez de que se acusa a la oposición desde las filas (prietas) del partido en el poder. Lo terrible no es la pérdida de soberanía nacional ni el oscuro futuro que nos espera, según los apocalípticos. Lo peor es la tristeza, el abatimiento de unos ciudadanos en los que ha calado profundamente el discurso de la culpabilidad.

Desde que el Partido Popular ganó las elecciones se ha ido extendiendo la idea de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Los recortes se nos presentan como la única medida que puede paliar una situación económica provocada por la insana costumbre de gastar más de lo que se ingresa, y probablemente sea así. Yo soy filólogo y padre de familia. Algo sé de humanidades, de lengua y de literatura, de gestionar los ingresos de mi familia y casi nada de economía. He vivido y vivo de acuerdo con mis posibilidades económicas. Yo no estoy dispuesto a autoinculparme, no estoy dispuesto a aceptar la estrategia orquestada por el partido gobernante y sus palmeros de compartir la responsabilidad de una situación que no he creado. Yo soy un hombre honrado, al igual que la inmensa mayoría de las personas que conozco, sean de la opción ideológica que sean. Exíjame esfuerzos, es su derecho y su obligación; pero no intente convencerme de que son consecuencia de mis acciones.

Después de la intervención del Presidente en el Congreso de los Diputados, los medios de comunicación y las redes sociales se llenaron de mensajes de toda índole. Muchos de ellos repletos de indignación, mientras que en otros se justificaban las medidas; pero en casi todos se adivinaba un estado de abatimiento social generalizado. Desesperanza, creo yo, provocada por un complejo de culpa generalizado que se alimenta desde los órganos de decisión.

Repito que los ciudadanos no somos culpables. Lo son quienes nos rigen y quienes nos han regido, tanto en lo político como en lo económico. Si por la razón que sea no puede actuarse contra los responsables o no conviene hacerlo para huir de un mal mayor, bien está. Pero, por favor, dejen de lanzar basura sobre los ciudadanos, dejen de promover la mala conciencia social como estrategia de salvación. Ustedes, los que ahora gobiernan y sus palmeros, tienen la responsabilidad que la voluntad popular les entregó. Ejérzanla honradamente, sin promover la fractura de la maltrecha sociedad española. No den a entender, por ejemplo, que las personas que han perdido el empleo no quieren buscar trabajo y por ese motivo se reduce la prestación desde el sexto mes, para incentivar así la búsqueda activa de empleo. No hablen constantemente de un sector público sobredimensionado e improductivo sin matizar, metiendo en el mismo saco la legión de asesorías y puestos duplicados junto a los trabajadores de hospitales, de seguridad, de enseñanza o de ventanilla, por ejemplo, que cumplen con su función a diario con sueldos muy ajustados. Sinceramente, me parecen argumentos miserables, impropios de gobernantes honrados. ¿No se dan cuenta de que la quiebra moral es tan peligrosa como la económica? ¿No se dan cuenta de que es mejor una ciudadanía unida que fracturada?

Hay caminos en política que son relativamente fáciles de transitar. Uno de ellos es el del “divide y vencerás”, avalado por siglos de tradición; otro es el del “no soy yo, eres tú”. Ante la gravedad de los tiempos actuales, los encargados de sacar la nación adelante parecen haber tomado ambos caminos. Los dos conducen al mismo destino. Y en ese destino no hay nada para el ciudadano, salvo dolor, abatimiento y desesperanza. ¿Es esta la España que queremos?

4 comentarios en “Lo peor ya ha llegado

  1. Lo peor está por llegar, no nos equivoquemos. Llevamos años viéndolas venir con la destrucción de empleo y el endeudamiento público y es ahora, ¡oh casualidad!, cuando empezamos a ver encendidos alegatos en defensa del estado del bienestar y otras zarandajas por el estilo.

    Los funcionarios, acreedores al derecho de intocabilidad vitalicia gratia oposiciones, comienzan a ver cercenada la justicia social cuando les palpan la faltriquera.

    Señor González-Serna, yo no soy funcionario ni asalariado y por ende vivo a expensas de la incertidumbre laboral y económica que acompaña a un autónomo, como es mi caso. No obstante, y a pesar de lo doloroso que es asumir que cada vez gano menos y todo cuesta más, estoy dispuesto a contribuir en ese compromiso solidario que conlleva sacar a España del lodazal en que se encuentra. Aunque me quede sin vacaciones, mis hijos repitan ropa o mi mujer se abstenga de visitar la peluquería. Todavía tenemos suerte.

    Es cierto que vamos a pagar quienes menos platos hemos roto pero, como dudo que se repita la toma de la Bastilla edición celtíbera, no nos queda otra que apechugar con buenas dosis de ajo y agua.

    Espero que este comentario, opuesto en casi todo a la argumentación que usted esgrime en su artículo, no sea considerado como un ataque a sus ideas sino como un aporte más al debate abierto en la calle y en las redes.

    Ánimo y que la suerte nos acompañe a todos.

    1. Señor Ignatius:
      No se hace en el texto una defensa del funcionariado, sino del ciudadano. Precisamente, cuando indico que lo peor ha llegado es porque la estrategia del «divide (a la población) y vencerás» parece estar triunfando, como creo que demuestra su comentario. Es evidente que todos habremos de hacer esfuerzos, funcionarios, autónomos, asalariados, desempleados. No deseo entrar en un diálogo sobre quién sufre o debe sufrir más. Ese sería otro debate, mucho más triste, sin duda.

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