Defiende Aníbal que los blogs llegaron para quedarse, pues están basados en la necesidad de compartir unas ideas y en la facilidad para hacerlo. En definitiva, en la democratización de la producción de contenidos. Tiene toda la razón. Ese paso adelante que supuso la explosión bloguera desde el año 2000 no tiene vuelta atrás, y su rastro se aprecia en las nuevas formas comunicativas que últimamente triunfan en la Red y que para algunos -entre los que me cuento, según sople el viento de la mañana- está provocando la muerte del blog, tal y como un día fue.

Hay que reconocer que redes sociales como Facebook, por ejemplo, aportan ventajas evidentes, entre las que destaca sobre manera el tratarse de un entorno controlado: sabes quién te lee y tienes una cierta seguridad de que te leen. Muy cómodo. No hay trolls, ni salidas de tono, discutes -si quieres- con quienes comparten tus ideas en un buen porcentaje, porque para eso son tus «amigos». Hay jueguitos, encuestas divertidas, subes fotos, las etiquetas, te luces y compruebas que otros también se lucen, resumes tu estado en una frase, informas de lo que haces en ese momento -«Estoy guisando papas con chocos», por ejemplo-. Todo es muy inmediato, informal, relajado y poco exigente.

¿Cómo puede competir el blog con eso? Al publicar una entrada te expones a que cualquier visitante azaroso te crucifique con un comentario de unas líneas. Previamente has tenido que meditar el asunto sobre el que escribir, buscar fuentes, preparar los enlaces, darle forma al discurso, organizarlo. Has tenido que abrir tu blog, pensar su apariencia, organizar las herramientas de navegación, establecer la estructura de archivo. Después de la publicación debes esperar los comentarios. Algunos provienen de tu guardia pretoriana y son muy agradables y te gusta leerlos; otros, sin embargo, pueden apuñalarte y dejarte moribundo a los pies de la estatua de Pompeyo. No hay control. Es imposible. En eso, precisamente, reside para mí la grandeza del blog.

Escribir un blog es una actividad de riesgo. Puedes acertar o equivocarte, puedes tener impacto y crear opinión o ser anodino y no aportar nada, tener éxito o fracasar. Eres autor, caramba. Escribes un blog. No controlas tu audiencia, sino que apuestas con cada palabra que escribes. Esa es la grandeza de las bitácoras.

Creo que muchos blogs están desapareciendo porque se han utilizado para cumplir otros objetivos. Muchas personas pensaron que la facilidad de publicación era razón suficiente para utilizar el formato blog para cualquier cosa: relaciones de enlaces, inclusión de actividades, apuntes de asignaturas, inserción de documentos, etcétera. Está muy bien todo eso, pero a mí nunca me han parecido verdaderos blogs.

Aníbal me dirá que soy un purista y no le faltará razón. Soy purista, pero no integrista. Cualquier persona puede emplear el formato blog como le venga en gana. Yo, como lector, también soy libre de considerar blog aquello que me lo parezca. Y un blog es escritura, opinión o reflexión, ajuste de cuentas con uno mismo o con lo que le rodea. Lo demás son webs más o menos 2.0. El blog entendido como escritura no creo que muera. Desaparecen otros tipos de blogs cuyos objetivos pueden alcanzarse mediante otras herramientas más cómodos y controlables. La sensación de lanzarse sin red que aparece tras la publicación de una entrada en tu bitácora, sin embargo, no puede ser sustituida por el momento por otros medios. Larga vida al blog como escritura.

7 comentarios en “Larga vida al blog

  1. Efectivamente, el blog como escritura es el que prevalecerá, pero como herramienta que se pueda emplear como venga en gana tiene los días contados; para eso ya tenemos Facebook 😉

  2. Pingback: Getxolinguae 2009

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